martes, 4 de agosto de 2015

La agonía del arte


  En 1917 Marcel Duchamp expuso en New York su famoso y provocador mingitorio que pasó a ser el icono de las vanguardias del arte en el siglo XX, y claro, del actual XXI. Autentico y original, supo generar controversias y a su gusto escandalizar a los intelectuales de su tiempo, sobre todo a los del mundo del arte. El siglo XX vendría a ser el mismísimo siglo de las vanguardias, torciendo, rompiendo y escupiendo todos los cánones establecidos del mundo artístico de modo hilarante. El arte se volvió libre, la exagerada búsqueda de virtuosismo que lo impregnó durante toda su historia pudo reposar mientras que la originalidad, la sátira y lo puramente conceptual guiaban el arte hacia caminos con horizontes cada vez más difusos. Fue un proceso inexorable que el arte debía atravesar.
  Durante comienzos del siglo XX el mundo intelectual comenzaba a transitar una verdadera revolución, y no solo en el arte. En el campo de la filosofía, el posmodernismo se estaba poniendo de moda, por lo general, yendo de la mano junto a los vanguardistas. Los círculos intelectuales, principalmente los franceses y estadounidenses, comenzaron a llevarlo como un nuevo y prometedor estandarte. En la actualidad, dicha corriente está –lastimosamente- muy vital, sobre todo en las academias junto al oxidado y ruinoso marxismo. Si bien se mostró como una transgresión, no es del todo nueva, más bien es un refrito de la filosofía romántica de la contra-ilustración. El mismo proceso que atravesó el virtuosismo y los -cada vez menos- estrictos cánones del arte frente a las vanguardias, lo atravesó la filosofía. Todo lo que había traído verdadero progreso a la humanidad: la razón, la ciencia, la objetividad, el empirismo, la claridad, la búsqueda de la verdad, los valores humanistas de la ilustración, etc. se veían aparentemente amenazados por esta corriente emergente, cuya génesis se le atribuye a Nietzsche[1]. Nietzsche, símbolo de la irracionalidad, pasó a volverse icono y foco de admiración de los artistas[2] e incluso, curiosamente de la izquierda (a pesar de ser un pensador protofascista, crítico de los movimiento socialistas, misógino, elitista, apologista del militarismo, de la desigualdad, del egoísmo, de la no-empatía, etc.). La nueva corriente heterogénea del posmodernismo traía consigo una enorme carga de ideas que van desde el mencionado irracionalismo, el relativismo, la sobrevaloración de la ideología, la anticiencia, el pensamiento débil, el irrealismo, el solipsismo –un tanto retocado-, la búsqueda de ininteligibilidad para aparentar profundidad y ocultar la falta de ideas, el escepticismo radical y los juegos de lenguaje hasta el abuso de conceptos oscuros y rebuscados que no significan nada, el hablar dogmáticamente sin preocuparse ni por argumentar ni por las evidencias, el basar sus ideas en teorías pseudocientíficas como el psicoanálisis (y esto se verá también en el arte, principalmente con el surrealismo), el usar jerga científica mal comprendida, el abusar de las palabras “occidental” y “positivismo” como estigmatizantes (aunque muy por lo general, no tienen ni idea de que fue el positivismo), etc. Curioso es que tal corriente sea contemporánea a la época más fructífera de la ciencia y el pensamiento lógico, tiempos de Einstein y Bertrand Russell. El posmodernismo se caracterizó también por una grave y profunda confusión entre ciencia y tecnología. Como fue, en parte, producto de la crisis de posguerras mundiales, ésta confusión los llevó a echarle infantilmente la culpa a la ciencia de todos los males que aquejaron la era moderna, y curiosamente, también a la razón. Sin embargo esta confusión es alevosa, ya las guerras mundiales fueron producto directo de la irracionalidad, más específicamente, de la irracionalidad nacionalista. Muy curioso es que Heidegger, ídolo posmoderno, fue explícitamente miembro del partido nazi, dirigiendo en las universidades la quema de libros –cosa que los posmodernos prefieren ignorar, o camuflar con artificiosas verborragias como el caso de J. P. Feinmann-.
  Otra de las tantas consecuencias del posmodernismo filosófico, además de retrasar las ciencias sociales, hacer perder tiempo a intelectuales y alumnos de humanidades, desmantelar el pensamiento crítico, etc. fue servir de base filosófica para otro de los más nocivos movimientos que vio nacer la humanidad… el new-age.  En fin, el posmodernismo es un verdadero virus intelectual que por esas épocas empezaba a infiltrarse en los ambientes del arte y las academias.[3]
 Comprender las características del posmodernismo[4] es esencial para comprender los procesos que guiaron el arte, llamado contemporáneo, de la creatividad vanguardista y el desafío a las autoridades artísticas, a ser pura basura conceptual, vacía de significado, trabajo, técnica, estética, composición, originalidad, virtuosismo y sentido. No quiero decir que no exista, en la actualidad, buen arte conceptual (que verdaderamente tenga concepto y sea original). Lo que sí, encontrar buen arte conceptual es más difícil que hacer hiperrealismo con crayones. Un ejemplo de lo bajo que cayó es la instalación (en el 2007) de Guillermo Vargas Jiménez, que consistía en dejar morir de hambre y sed un perro atado.  Ir a un museo de arte contemporáneo se volvió tan interesante como recorrer el mostrador de una ferretería, o en el mejor de los casos, un manicomio. La apreciación del arte se volvió idéntica al cuento de El rey desnudo. Muchos artistas parecieron no entender, que sacar de contexto un objeto cotidiano (como el caso del mingitorio) o pintar un cuadro de color plano y considerarlos artístico puede parecer una, dos o tres veces divertido, arriesgado y transgresor, pero hacerlo mil veces pasa a ser fácil, aburrido y estúpido. El arte se posmodernizó, hacer arte se volvió tan fácil como hacer filosofía posmoderna. Y con sus semejanzas: abuso del lenguaje para explicar obras vacías, utilizar juegos de palabras pueriles (se lo debemos a los deconstructivistas), recurrir abusivamente al subjetivismo, sobreconceptualizar cosas –realmente- carentes de sentido, apelar al “todo vale”; al mejor estilo de la epistemología de Feyerabend; para afirmar arbitrariamente que cualquier cosa es arte, apelar a la irracionalidad bruta y a las falacias ad hominems para evadir la crítica (por ejemplo: “usted dice esto porque no lo entiende”), recurrir al facilismo adornado superficialmente de complejidad e intelectualismo superior, atribución de sentido ideológico a cualquier cosa (por ejemplo: “ésta tetera manchada de pintura roja representa la alienación de las mujeres por el capitalismo patriarcal opresor”), apelar al autor (si lo hacen tales autores está siempre bien), etc. Y para notar la influencia inequívoca de la filosofía posmoderna, nada más consultar cualquier catálogo de arte contemporáneo –posmoderno-. Aseguro que no hay nada más lamentable, es la mayor representación de pseudointelectualismo que puede haber.   Este impacto de la filosofía en el arte es muy curioso. Los románticos a pesar de ser irracionalistas y conservadores produjeron un movimiento artístico bastante más interesante que los racionalistas de la Ilustración, el neoclasicismo no es el movimiento más interesante definitivamente. Pero en el posmodernismo la irracionalidad definitivamente superó a cualquier movimiento en nocividad hacia el arte, los románticos no creían en la razón pero si en la belleza (algo muy importante para el arte), los posmodernos al parecer solo creen en el dinero y la fama inmerecida.
    Uno de los principales artistas que llevó el arte hacia el barranco fue el sobrevalorado Andy Warhol, con su serie de cajas de artículos de supermercado. A partir de allí, y con el surgimiento del minimalismo del estilo de Yves Klein, el arte comenzó a caer cada vez más bajo. Las anteriores vanguardias fueron mucho más ricas, el surrealismo por ejemplo contó entre sus filas con algunos de los artistas más talentosos del siglo XX (Ernst, Dalí, De Chirico, etc.). Pero en el último periodo del pop[5] acompañado del agotado minimalismo pareció comenzar la miseria del arte. El periódico satírico ElDeforma bromeaba sobre esto en una nota titulada: “Expertos revelan que no existe el arte moderno, es solo una excusa para hacer sentir bien a la gente sin talento”. Una anécdota personal: una vez, en un museo que yo conocía muy bien donde había una exposición de “arte contemporáneo”, vi una tapa negra lisa de una caja de luz, yo recordaba perfectamente que allí no había ninguna caja de luz, y por curiosidad intente abrirla, pero no, no era una caja de luz, sino un cuadro de color negro plano, y al lado había otro de color blanco. Obras similares podemos ver en la famosa feria argentina de arte “contemporáneo” ArteBA (¿sura?), con sus nauseabundas publicidades plagiadas de ferias francesas y sus exposiciones donde compiten por ver quién trabaja menos y quien es más ridículo. Sobre esto una divertida historia es, por ejemplo, la de la performance que consistía en una caja con personas adentro pidiendo limosnas, ofreciendo limpieza de vidrios y vendiendo estampitas. “Quise representar eso que está en la calle, que es como una molestia que esta alrededor nuestro y que es un tipo de información que no queremos escuchar, ni ver ni acercarnos…. También hay un vendedor nigeriano vendiendo relojes” Contaba a los medios el… ¿artista?
     ¿Qué le pasó al arte? ¿Realmente murió, como afirma Arthur Danto, o simplemente agoniza? ¿Qué tuvo que pasar para que se prefiera un Milo Lockett a un Milo Manara? Seguro habrá quienes opinen que tales preguntas son dignas de un conservador. Bueno, si conservador quiere decir que busca conservar el arte para evitar su ruina, son muy dignas de un conservador. Y me parece esencial aclarar, que el problema que planteo no está en todos los valores que vinieron con las vanguardias, que de hecho hicieron progresar el arte, y mucho, sino en los valores posmodernos que dejaron violado y tirado lo artístico entre basuras conceptuales sin sentido, abusivas en repetición y dignas de aburrimiento. Y no es precisamente que piense que todo arte deba tener sentido (lo que implicaría dejar de lado todo el muy rico estilo abstracto), el problema está en intentar atribuir rebuscadamente a las obras sentidos que no tiene, ni va a tener. Y cuando digo arte me refiero, más específicamente, al arte visual. En otras artes como la poesía pasó lo mismo, cada vez se hace más difícil diferenciar la poesía de un prospecto, una lista de compras o las anotaciones del cuaderno de un infante de preescolar (Shakespeare, Byron, Shelley, Coleridge, Blake y Goethe se “revuelcan en su tumba”). Sin embargo en otras artes como la novela, el cine y la música el caso es diferente, más que el posmodernismo en ellas influyó en su decadencia la masificación, la erosión de lo puramente fácil y comercial, la prostitución del arte. Componer novelas o música comercial en la actualidad es extremadamente similar, a como componían novelas y canciones en la genial novela 1984 de George Orwell  (con argumentos y temas prefabricados para complacer a las mayorías sin hacerlas pensar). La gran pesadilla de Oscar Wilde[6]. Aclaro, no estoy diciendo que en la actualidad no existan buenas novelas, cine o música, ni que todo lo comercial necesariamente sea malo, lo que sería un gran error.
 En Francia, los vanguardistas bromeaban con el lema  pour épater le bourgeois (para espantar a la burguesía), ya que su modo de hacer arte realmente incomodaba a los burgueses de la época. Hoy irónicamente pasa todo lo contrario. Los burgueses (entendiéndose como la clase alta) y los conservadores adoran el arte posmoderno. Gran parte de la fama de Jackson Pollock se debe a que Rockefeller[7] compró una de sus obras. Incluso se especula que fue una táctica de los EEUU para poder meter en el mercado a un campesino borracho que atraiga más la atención que los pintores abstractos europeos de fuerte postura izquierdista. Algo similar pasó con el “artista” colombiano Oscar Murillo -según la prensa “icono de la rebeldía”-, que sin ningún talento aparente, saltó a la fama de modo más que fugaz vendiendo un cuadro que consistía en líneas monigoteadas a 253.875 libras. Su fama se asentó cuando Di Caprio le compró uno a una cifra aún mayor. Lo de Murillo es un evidente caso de inflar una burbuja en el mercado del arte con una especie de lamentable plagio a Basquiat (incluso en presentación y apariencia física). Luego tenemos las ideas oscilantes entre mal arte e ingeniería de Damien Hirst –véase tiburones, vacas, becerros y caballos muertos en piscinas de formol-,  que junto con sus cuadros de colores planos con mariposas vivas, sus armarios con remedios (ready made),  y su calavera incrustada de diamantes (de 100 millones de dólares)[8], son algunas de las obras más caras en el mercado británico. Y lo más gracioso, es que son producciones en serie hechas por sus asistentes, no por él.  Mark Rothko también está entre los artistas que más caro venden su obra, y hablamos nada más que de 72 millones de dólares, simplemente por un lienzo con tres cuadrados en macha color naranja con un delineado rosado. Y si, se habrá matado componiendo tal descollante obra. Las obras hechas con luces de neón por Tracey Emin y Webster & Noble pueden carecer absolutamente de buen gusto, pero cuestan tanto dinero como para pagar la deuda externa de un país entero. Jeff Koons, con un brilloso corazón colgante de extremo mal gusto logró hacer, nada más que 23 millones y medio de dólares. Una obra de Yves Klein, que consistía en un cuadro de color plano dorado, se vendió al accesible precio de 23 millones y medio de dólares. Después de estos ejemplos, solo un idiota consideraría que el mejor arte es el que más o más caro se vende.  Si hay algo que las clases altas conservadoras adoran, es el arte vacío de contenido, que sea incapaz de criticar, que sea incapaz de poder provocar una simple idea. Y con ese arte, decidieron hacer una gran burbuja económica.
 En cuestiones económicas, el arte posmoderno suele ser muy bueno, sobre todo, como método para evadir impuestos. Se registraron múltiples casos de galeristas multimillonarios con colecciones billonarias, que donan algunas de las obras que poseen a instituciones (como ser museos) públicos para evitar pagar impuestos. Ya que son ellos los que deciden el precio que vale, al donar una obra de 20 millones, por más que le haya costado menos de la mitad, se salvan de pagar 20 millones en impuestos, y por ende, pueden enriquecerse aún más. Económicamente el arte contemporáneo posee un historial de casos asombrosos, la burbuja económica del arte contemporáneo fue un interesantísimo foco de estudio, ya que se inflaba a pasos agigantados aun en épocas de la gran crisis económica. Sin embargo, solo algunos tienen el lujo de jugar el multimillonario juego del arte posmoderno. Mientras algunos se enriquecen y se vuelven farándula exponiendo como arte colillas de cigarrillos o cajas de cartón apiladas, la gran mayoría del resto de los artistas que intentan usar estrategias similares terminan en el desconocimiento y la mediocridad que bien se merecen. 
 Hay diferentes formas de explicar ésta crisis del arte. El crítico Robert Hughes la explica más que nada centrando su atención en Norteamérica, desde que llegó la Gioconda a New York en 1962. Pasando por la industrialización del arte impulsada por Warhol, para terminar en subastas multimillonarias de cuadros de colores planos. Para Hughes, uno de los grandes culpables de la decadencia del arte es Robert Scull, un coleccionista-especulador que se dedicó a comprar obras a los artistas a precios bajos, prestarla a museos para que su valor subiera y rematarlas a precios excesivos.  Es claro que un solo factor, como ser la influencia del posmodernismo filosófico, no explica tal agonía del arte. También la sobrevaloración del arte por sus autores influyó, creando una industria elitista donde el talento era lo que menos importaba, lo que importaba era ser conocido, y esa fama ganársela dentro de los límites de lo que mejor vendía, o sea, del arte posmoderno (que vale más de 10 veces más que el resto) . Volverse “artista” se volvió lo más similar a volverse un empresario. Es innegable que el arte posmoderno dejó de ser movimiento para convertirse en moda de clases altas, en un producto maleable por los intereses de grupos millonarios –coleccionistas especuladores, galeristas y  subastadores- que popularizan entre burgueses un arte totalmente vacío. Andy Warhol dijo “los buenos negocios son el mejor arte”, nada más equivocado. La influencia del dinero, la fama, el lujo, el espectáculo y la industria fue siempre un obstáculo para la realización plena del arte. Del mismo modo, la influencia del mecenazgo y la parasitaria curaduría me parece perniciosa. El arte es la más alta representación del individualismo, no una producción de mercancías fácilmente vendibles ni una pieza de inversión.
 Otra de las consecuencias negativas del arte posmoderno, es que se desvaloriza a los –realmente- buenos artistas contemporáneos[9], como ser Zdzislaw Beksinski, Tom Setowski, H.R Giger, Roberto Ferri, Jeff Christensen, etc. para sobrevalorar a otros que por lo general, ni siquiera saben dibujar un rostro.
 Me niego a aceptar que el arte murió, el arte murió para aquellos sectores donde nunca importó verdaderamente. Tal vez agonice, pero seguirá vivo y latiendo belleza mientras viva un solo ser humano que sepa que el arte es mucho más que facilismo adornado de grandilocuentes conceptualizaciones que no significan verdaderamente nada. Y lo mismo va para la filosofía. El arte y la filosofía agonizan tras el posmodernismo que casi impune los arrasó, pero siempre podrán superar sus crisis. Al menos eso espero.                




[1] Se discute si el primer posmoderno fue Nietzsche o Hegel, hábil también, en el empleo de múltiples y grandilocuentes palabras en párrafos oscuros e incongruentes.
[2] La relación entre irracionalidad y arte es típica del romanticismo de finales del siglo XVIII, no surgió con Nietzsche. Éste solo reconstruyó la filosofía romántica inspirándose principalmente en Schopenhauer (aunque sus filosofías fuera crucialmente diferente en muchos aspectos).  En la actualidad la gente sigue teniendo, lastimosamente, el estereotipo del artista irracional y supersticioso. Algo con lo que hay que acabar.
[3] Algunos autores posmodernos son: Deleuze, Derrida, Luce Irigaray, Foucault, Lyotard, Feyerabend,  Guattari, Lacan, Zizek,  Latour, Boudrillard, etc. De estos cabe destacar Latour, que confunde los conceptos de crear y de descubrir llegando a afirmar que Ramsés no pudo morir de tuberculosis porque el bacilo de Koch se descubrió en el siglo XIX.  Y claro, Lacan, que afirmó que el falo es igual a la raíz cuadrada de menos uno, o que la mujer no existe. Éste utilizaba tácticas sectarias que reunían miles de fans alrededor suyo ansiosos por festejar vehementes cualquier tontería que diga su “líder”.
[4] Para ver más –y mejores- criticas al posmodernismo ver  “Imposturas intelectuales” de Allan Sokal y Bricmont, “El posmodernismo ¡vaya timo!” de Andrade. O la vasta obra de Bunge; “Crisis y reconstrucción de la filosofía” “Sistemas sociales y filosofía”, “Epistemología”, etc.
[5] Lo que no quiere decir que el movimiento pop no tuvo entre sus filas autores interesantes, como Rauschenberg o Lichtenstein.
[6] “El público ha sido siempre, en todos los tiempos, mal educado. Constantemente se pide que el Arte sea popular para satisfacer su falta de gusto, para adular su absurda vanidad, para decirles lo que ya se les dijo antes, para mostrarles lo que debieran estar cansados de ver, para divertirlos cuando se sienten pesados después de haber comido demasiado, y para distraer sus pensamientos cuando están cansados de su propia estupidez. El Arte nunca debiera ser popular. Es el público quien debiera tratar de hacerse artístico.” Oscar Wilde, en “El alma del hombre bajo el socialismo”.
[7] Para ver un material genial sobre Pollock ver el documental “¿Quién carajo es Jackson Pollock?”: una mujer encuentra un original de Pollock tirado en una casa de compraventa en un pueblo de EEUU. (que Pollock dejo antes de ser famoso), lo compra por menos de 50 dólares y lo regala. Al especular que tal vez sea un Pollock intenta venderlo sin éxito. Los coleccionistas negaban que fuera un original y desprestigiaban la obra por completo comentando su carencia absoluta de estética y técnica. Luego de una serie de estudios científicos se demuestra que la obra si es auténtica, elevando su precio a millones de dólares y haciendo retractar a todos los críticos y galeristas de arte.
[8] Damien Hirst junto con las galerías que lo representaban, se autocompró su propia obra (titulada Por el amor de Dios) para poder inflar sus precios, y revenderlo más aun caro. Deplorable.
[9] Aquí me refiero a “contemporáneos” en el sentido original del término, es decir, a artistas del siglo XX y XXI. No a los artistas posmodernos, que se intentan adueñar del término. 

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