El ateísmo es una postura que niega la existencia de Dios. Se
diferencia del agnosticismo que, o
supone la existencia de “algo” incognoscible, o prefiere no declarar al
respecto.
A menudo se critica el ateísmo argumentando que no se tienen
pruebas de la inexistencia de Dios (o de los duendes, o de Pie Grande). Sin
embargo, no es común pensar de esa manera. La inexistencia es algo tácito,
dado, hasta que se pruebe lo contrario, por razones de economía mental.
“Principio de economía”, o “Navaja de Occam” se llama la vieja norma lógica
ideada por Guillermo de Occam, que sostiene, básicamente, que no debemos
multiplicar las hipótesis innecesariamente. Un buen ejemplo de proliferación
generosa de hipótesis es la cosmología hindú, que sostiene el planeta con
cuatro elefantes de pie sobre una
tortuga que descansa arriba de una serpiente. ¿Por qué no seguir con el
andamiaje y añadir bajo la serpiente un pez, una rata, un par de pollos, una
lata de sopa, un armario, etc.? Después de todo, estos elementos son igual de
arbitrarios e imposibles que los originales.
El problema de la economía de la inteligencia no es trivial.
Lo comprobable -lo sea por la experiencia directa o indirecta o por la razón-
es acotado, finito; en tanto lo incomprobable, lo puramente imaginario es
ilimitado e infinito. Imaginemos, por ejemplo, que todos tenemos un pingüino
detrás en este momento (es inútil que volteen: es un pingüino invisible). Pero,
¿qué nos impide suponer dos, tres, cincuenta mil o una serie infinita de
pingüinos? Nada, excepto la economía: no conviene entretenerse con estupideces.
Y Dios no es muy diferente a mis pingüinos hipotéticos (es más famoso, y tiene
mejores publicistas, pero no es muy distinto). Por esto, por economía, podemos
negar sin culpa los dioses, las hadas, los unicornios, las brujas y a Papá
Noel.
Ante
las hordas de seres imaginarios que pretenden usurpar el ya bien nutrido campo
de lo real, no queda mejor opción que hacer brillar la Navaja de Occam, y dar
inicio a una paciente matanza.por: Mauro Lirussi
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